Tenía la piel morena y arrugada, las manos callosas y una extraña seguridad para vivir. No se casó nunca, nunca le faltó un hombre, aprendió a pintar y el azul de sus cuadros se hizo famoso en París y en Nueva York. Sin embargo, la casa en que vivió estuvo siempre en Puebla, por más que algunas tardes, mirando a los volcanes, se le perdieran los sueños para írsele al mar. -Uno es de donde es- decía, mientras pintaba con sus manos de vieja y sus ojos de niña. -Por más que no quieras, te regresan de allá-
(Mujeres de ojos grandes. Ángeles Mastretta)
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